“El trabajo más sublime que se puede hacer”
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Protagonizado por Raúl Lavié, Julia Calvo, Sabrina Garciarena, Dan Breitman, Flor Otero, Patricio Arellano, Germán Tripel, Adriana Aizemberg, Omar Calicchio, Miguel Habud, Manuela del Campo, Diego Bros, Andrea Lovera, Julia Tozzi, Eluney Zalazar, Damian Iglesias, Augusto Fraga, Alejandro Dambrosio, Pedro Frias, Andrés Rosso, Diego Martin, Emiliano Pi, Laila Maugeri. Dirigido por Gustavo Zajac. Música de Jerry Bock, letras de Sheldon Harnick y libro de Joseph Stein. Realización de Escenografía de Grupo A.X. Realización de la Luna: Diego de Sancho.
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El violinista en el tejado es la historia de una comunidad judía asentada en la Rusia de principios del siglo XX. A través de Tevye, un honrado lechero decidido a casar a sus hijas, presenciamos el choque de las antiguas tradiciones con la nueva mentalidad de los jóvenes, así como las injusticias que debe sufrir el pueblo judío a manos de una opresora Rusia zarista.
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La obra comienza con una detallada descripción de la tradición judía, las tradiciones del pueblo y de cómo todos tienen un rol determinado que cumplir: las mujeres cocinan, limpian y crían a los hijos, los hombres trabajan y estudian la Torá, pero por igual se preparan para celebrar el Shabat de esa noche. La diferencias de clase social también es marcada: las mujeres más humildes quieren a casarse con hombres ricos y poderosos aunque ellas no puedan aspirar a conseguir esos partidos y deberán conformarse con lo que traiga la casamentera (Aizemberg), mientras que los hombres solo aspiran a casarse con mujeres bellas.
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Pero los tiempos están cambiando, y la semilla de la revolución ya se siente, en todo sentido: cada una de las hijas de Tevye (Lavié) quiere un cambio radical en sus vidas, cada una de manera distinta: Tzeitel (Garciarena) no quiere casarse con quien le traiga la casamentera, Java (del Campo) es una ávida lectora a pesar de que no sea lo esperado en una mujer, y Hodel (Otero) tiene carácter fuerte y no tiene miedo a decir lo que piensa, incluso frente a un hombre. Hasta Tevye tiene un pensamiento más progresista al no ver el hecho de tener 4 hijas mujeres a las cuales debe casar como una carga.
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El cambio no viene solo (y como siempre) de la mano de la jóvenes del pueblo, sino que ni esta comunidad separada por un frondoso bosque puede mantenerlo (ni al Zar ) alejados de sus vidas: Perchik (Arellano) llega al pueblo desde Kiev, y con el llegan las ideas revolucionarias Marxistas que no solo vienen a sacudir el orden social, sino también a cambiar las dinámicas de género: habla de una sociedad donde las mujeres y los hombres bailan juntos, donde las mujeres tienen derecho a decidir sobre sus propias vidas, donde pueden estudiar y tener una profesión. Él ve a la relación entre el hombre y la mujer, y por consiguiente, al matrimonio como algo político. Por supuesto, lo tildan de extremista y de radical, de loco.
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Esta idea del baile mixto abre la puerta a otro concepto fantástico que la obra expone: El baile como herramienta para mostrar la unión entre culturas diferentes, la integración y la evolución cultural, no solo entre hombres y mujeres, sino entre los judíos y los rusos; con coreografías que mezclan bailes tradicionales judíos y rusos de manera magistral, que convierten la obra en una verdadera celebración.
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A pesar de esta unión, la discriminación es moneda corriente, de ambas partes: desde la policía Rusa y su violencia, la amenaza de los pogroms (ataques violentos por parte de poblaciones no judías contra los judíos en el Imperio Ruso y en otros países) pasando por los judíos que no quieren aceptar nada de los Rusos, ni siquiera un libro.
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El baile está acompañado de una escenografía absolutamente increíble, en su simpleza como en su esplendor: una simple pantalla de fondo donde los colores del cielo se mezclan de tal manera que parecieran un cuadro, donde cada momento del día mereciera ser retratado; unas estructuras colgantes que, a través de su sombra, representan las nubes, una luna cuyo sombreado pareciera hecho con carbonilla y que podría formar parte de una película de Tim Burton. De la mano izquierda del escenario podrán ver los troncos de árboles que representan el bosque que rodea (y asila) al pueblo es una excelente herramienta para reflejar los colores de las luces y generar efectos fantásticos y dramáticos. La complementación entre la escenografía y las luces es fascinante. Pero lo más fascinante es donde toca el violinista: una estructura con forma de diván que, si la observan con detenimiento, se dará cuenta de que parece una especie de violín desmenuzado, donde las cuerdas son el respaldo y el cuerpo del violín funciona como asiento.
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Las palabras en ídish (idioma perteneciente a las comunidades judías asquenazíes tanto del centro como del este europeo) como Schmuck, la entonación a la hora de los rezos, incluso la utilización de simples lámparas de aceite en vez de una Menorá para mostrar cómo se celebraba Shabat en la más terrible pobreza; las frases en hebreo como Lehaim y Mazel Tov, todo funciona para hacer de este viaje en el tiempo algo mucho más real.
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La obra es relevante para hoy en día porque habla de los cambios culturales a medida que suceden, de cómo lo que antes parecía impensado, hoy en día es considerado normal. El cambio avanza, imparable y en una sociedad como la nuestra con los debates tan importantes que están ocurriendo es importante tomar el mensaje de Tevye: abrir nuestra mente y nuestro corazón como sociedad, no tenerles miedo, recordar lo que fue, aceptar lo que ya no es y aprovecharlo para crecer como seres humanos, sin dejar de lado nuestra esencia.
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por Daniela Barri
El Violinista en el Tejado
Miercoles, Jueves y Viernes 20.30 – Sabados 19.30 y 22.30 – Domingos 20.00
Teatro Astral: Av Corrientes 1639 – Buenos Aires
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