El Gran Corso de los Monos ya no es solo un evento de coctelería, es una fiesta, un ritual, una de esas noches que quedan marcadas en la memoria etílica de Buenos Aires. Es el momento del año en el que las barras de Tres Monos se transforman en un carnaval de tragos, donde los bartenders más pesados del mundo llegan a mostrar su arte y el público se deja llevar por la magia de los cócteles.
Este año, la gran cita fue el sábado 8 de febrero, y desde las 21, el bar palermitano se convirtió en el epicentro de la coctelería mundial. Como si fuera un set de película, la barra quedó en manos de un equipo de lujo: Iain McPherson, cerebro detrás del Panda & Sons de Edimburgo; Giulia Cuccurullo, desde el icónico Artesian de Londres; Riccardo Rossi, representando a Freni e Frizioni de Roma; Kate Gerwin, la genia de Happy Accidents en EE.UU.; y la dupla Lorenzo Falasca & Ricardo Bucci, desde REM en Italia. A ellos se sumó Freddy Anderson, del mexicano El Gallo Altanero, con su amor incondicional por el tequila.
Cada uno trajo lo mejor de su repertorio. McPherson sirvió su “Wilderness”, una bomba con Wild Turkey, moras, jerez manzanilla, Averna y soda. Desde Happy Accidents llegó el “Part Time Lover”, con gin Tres Monos, vermouth rosado, li hing mui y sandía. Giulia Cuccurullo apostó por el “Pineapple”, con amaro y amaretto, mientras que Riccardo Rossi presentó el “Pink is Not Dead”, donde el tequila se mezclaba con vino rosé, Campari, pimienta rosa y tónica Britvic. Y la dupla de REM rompió esquemas con su “Tuck in The Universe”, una combinación inesperada de Wild Turkey, Campari, Cinzano Rosso, zanahoria y miso.
Pero el Corso de los Monos no es solo una oda a la coctelería, es una celebración con todas las letras. Y cuando el reloj marcó casi las 23, las calles cortadas y la presencia policial anunciaban que algo estaba por estallar. De repente, a lo lejos, comenzaron a sonar los redoblantes. Era la murga, el alma de la fiesta, que con su ritmo encendió la procesión festiva hacia La UAT.
Lo que siguió fue un delirio de colores, música y copas levantadas. La noche se estiró hasta el amanecer, con tragos en mano y una musicalización que mantuvo la energía en su punto máximo. Porque el Corso de los Monos no es solo un evento: es una tradición en construcción, un carnaval líquido que ya se ganó su lugar en el corazón de Buenos Aires.